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El Conjuro 4: Últimos ritos es una bendición final para los Warren

La conclusión de la franquicia no está a la altura del comienzo, pero ofrece una despedida más digna a la pareja

03.09.2025, a las 12H45.

El conjuro 3 fue una película olvidable. Este problema – agravado por su lanzamiento en 2021, aún con la pandemia de covid-19 manteniendo muchos cines cerrados – quizás explique la decisión de New Line y Warner Bros. de producir El conjuro: Últimos ritos, otra película que trata sobre el envejecimiento de la pareja Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), pero que tiene, desde su primer minuto, la idea de una despedida en mente.

Nuevamente dirigida por Michael Chaves, responsable de los (pésimos) spin-off como La Monja y escogido inexplicablemente para suceder a James Wan en el mando de la franquicia, El conjuro 4 es una película poseída por el deseo de honrar un legado. Esa responsabilidad pesa sobre la producción, que muestra lo que declara ser “el caso que acabó con las carreras de los Warren”, tanto en la construcción del guion como en la dirección, y los resultados son variados. Por un lado, tenemos el tercer episodio consecutivo de esta historia sugiriendo que Ed podría morir en cualquier momento, una amenaza cuya credibilidad ha sido vencida por la repetición con la que se hace, y que necesita nuevamente justificar los riesgos de la investigación al basarla en una infestación demoníaca que “no es como nada que hayan visto antes.”

Estos eslóganes hacen poco para dar al filme esa sensación de clímax. Nada de lo que sucede aquí generará un impacto como el exorcismo del primera El conjuro, o parecerá más peligroso que Valak en la segunda película, pero los mayores problemas de este enfoque están en las largas escenas sobre el “drama” familiar de los Warren – su hija va a casarse, pero no puede dejar de ver espíritus; la salud de Ed sigue deteriorándose; nadie más asiste a sus presentaciones en universidades; etc. – que buscan centrar el enfoque de Últimos ritos más que nunca en los investigadores, y no en los atormentados.

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Es un hecho que esta franquicia siempre ha estado interesada en la idea de la familia nuclear, especialmente como un contrapunto a la maldad demoníaca de los antagonistas. Pero, donde Wan logró entrelazar las personalidades de Ed y Lorraine con las interacciones, conversaciones y cuidados entre ellos y la casa maldita de turno, Chaves y los guionistas Ian Goldberg, Richard Naing, y David Leslie Johnson-McGoldrick apuestan doble a retratar el día a día de los protagonistas. Hasta ahí todo bien, después de todo este es (supuestamente) el último film de El conjuro. El problema surge cuando se pierde el equilibrio de esto con el caso – y por ende, las escenas más espeluznantes –.

Prepárate, por ejemplo, para pasar mucho tiempo con Ben Hardy como Tony, el novio/prometido de Judy Warren (Mia Tomlinson, posiblemente la sexta actriz en interpretar este papel – ya perdí la cuenta), hija de Ed y Lorraine. Hablando de Judy, el hecho de que la chica tenga una sensibilidad sobrenatural similar a la de su madre es un tema recurrente en la película, pero incluso con toda la experiencia de los Warren, ambos no imaginan que esto pueda estar conectado con el demonio que encontraron el día del nacimiento de la chica (el flashback que abre El conjuro 4), y aunque Lorraine no le cree a la niña cuando asegura que está bien, nada se hace al respecto hasta que el guion lo permite, ya en el tercer acto.

Estos son tropiezos frustrantes pero, afortunadamente, aún hay mucho en El conjuro 4 para contrarrestar todo esto. Si el guion sufre con la responsabilidad de concluir una de las franquicias más exitosas del terror moderno, la dirección de Chaves responde al desafío. El cineasta, que ya se ocupó de El conjuro 3, todavía no se acerca a James Wan en la construcción de secuencias de terror intenso, pero aquí evita sus peores instintos, como apoyarse demasiado en el CGI o encadenar susto tras susto barato, y demuestra una creatividad visual sorprendente a la hora de escenificar el miedo. Una determinada escena en un pasillo de espejos con Judy es, probablemente, la mejor escena que ha hecho. El estándar no es alto, pero el resultado está en pantalla.

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De manera similar, el aspecto visual de los espíritus y demonios de turno, y – quizás el elemento de horror más importante en esta película – la forma en que Chaves mapea la casa de la familia atormentada (los Smurls, que comienzan a sufrir después de que un espejo viejo y misterioso entra en su hogar, pero que nunca adquieren una identidad propia) ayudan a preparar el escenario para los últimos 30 minutos de Últimos ritos, donde, finalmente, hay una atmósfera de desesperación palpable. Aunque el director es incapaz de invocar algo como la escena de las palmas en el sótano de primera entrega o de los cuadros en la segunda, esta recta final, cuando llega, tiene su cuota de impacto. Puede no ser suficiente después de 100 minutos de espera, pero es un desafío digno de un último capítulo.

Por encima de todo esto, claro, están Patrick Wilson y Vera Farmiga. Entre aciertos y errores, Últimos ritos siempre tiene un as bajo la manga, que es la química, el encanto, el carisma y el calor emitido por la pareja principal. Ya sea con aquellos que ayudan, con su familia, o uno con el otro, Ed y Lorraine nunca parecen protagonistas genéricos de terror, y las actuaciones de Wilson y Farmiga llevan en sí más energía emocional que cualquier drama fabricado por el texto. Si la conclusión de El conjuro tiene algún peso, viene primordialmente por la despedida de dos figuras eternizadas por este elenco.

Al final, es fácil estar agradecido por esta película. El cariño por los Ed y Lorraine de Wilson y Farmiga merecía un adiós más visto, más comentado y mejor ejecutado. El conjuro puede no tener el mismo poder con el que comenzó, pero encontramos una última bendición en este cierre.

Nota del Crítico
Bueno