Una de las mayores dificultades de las adaptaciones de videojuegos al cine es lograr que el fan sienta en la gran pantalla la misma emoción que frente al mando. Es una tarea ingrata, porque además de acertar en la estética visual, también es necesario construir narrativas que permitan al jugador identificarse con ese viaje. El escepticismo hacia la segunda temporada de The Last of Us lo demuestra: quien jugó con Ellie en PlayStation no encontró a ese mismo personaje en la serie de HBO. Mortal Kombat, por su parte, decidió inventar un protagonista —Cole Young— en lugar de aprovechar la docena de luchadores ya conocidos y queridos por los fans. La lista de tropiezos podría seguir, pero el punto queda claro. Exit 8, dirigida por Genki Kawamura, confirma que no todo videojuego necesita —o merece— una adaptación.
Basada en el título desarrollado por Kotake Create, la película sigue al pie de la letra la premisa original: un hombre queda atrapado en los pasillos de la salida de una estación de metro y debe obedecer reglas estrictas para escapar. La instrucción principal es sencilla: si encuentra una anomalía en el entorno, debe regresar de inmediato; si no, puede continuar avanzando. El trayecto funciona en bucle: necesita acertar ocho veces seguidas y, si falla, empieza de nuevo desde cero. Lo que en el juego es un ejercicio de atención y paciencia, en la pantalla grande se convierte en una experiencia tediosa y hasta absurda.
Exit 8 arranca con fuerza gracias a una larga secuencia que simula la visión en primera persona. Cuando “El Hombre Perdido” (Kazunari Ninomiya) pasa a tercera persona, la película aún mantiene cierta energía mientras lo seguimos en sus aciertos y errores. La recreación del escenario y los elementos que activan la dinámica —carteles, puertas, un transeúnte extraño— es impecable. Incluso resulta entretenido memorizar cada detalle junto con el protagonista. Pero pronto llegan los tropiezos narrativos: el primer error se acepta, el segundo molesta y, cuando aparece el tercero, ya no resulta creíble que el personaje pueda ser tan torpe. Kawamura, con una historia tan simple en sus manos, intenta añadir capas al protagonista: la novia embarazada, un empleo temporal, su estado físico… pero nada funciona. Por el contrario, todo entorpece aún más el desenlace con la aparición de un niño en el “juego”.
La realidad es que, pasados treinta minutos, Exit 8 se queda sin nada nuevo que mostrar. La trama intenta redirigirse hacia el misterioso hombre de camisa blanca que recorre el pasillo y, aunque en un principio parece interesante, pronto se convierte en otra repetición de lo ya visto. La cinta nunca permite al espectador investigar junto al protagonista, algo que habría sido más efectivo con una cámara en primera persona. El misterio se diluye y lo que pretende ser terror psicológico se queda en promesa. Lo anómalo pierde impacto cuando la banda sonora lo anuncia a gritos: si una puerta se abre sola, la música ya nos adelantó que algo ocurrirá. Incluso el clímax resulta obvio, con un guion de Kawamura y Kento Hirase que telegrafía la resolución mucho antes de llegar a ella.
Hay que decirlo: Exit 8 sería perfecta para un servicio de streaming. Esa rareza en su dinámica y sus intentos de complejidad podrían convertirse en tema de debate en redes sociales, como ocurrió con El hoyo.
Si seguimos con la comparación con los videojuegos, ver la película es como presenciar a ese amigo que no sabe jugar —y ni se esfuerza en aprender—. Solo quieres arrebatarle el control antes de que cometa otra torpeza y tengas que verlo reiniciar una vez más. Eso puede resultar gracioso en un videojuego, pero como película de 90 minutos solo demuestra que Exit 8 es, en sí misma, una anomalía.