Desde que Bae Doona apareció en El Viaje, en 2012, Hollywood está absolutamente fascinada por su rostro. Ya en aquella oportunidad, las Wachowski y Tom Tykwer capturaron la mirada inocente - pero claramente hambrienta de experiencia - de la superestrella surcoreana en el éter de la cultura pop occidental, la placidez maleable de su Sonmi-451 transformándose en un dolor cargado de dignidad, de sentido de justicia. Funcionó tan bien que repitieron la dosis en Sense8 (2015-2018), donde los primeros planos de su Sun eran precisamente los momentos en que la serie trascendía el discurso para encontrar emoción genuina en el silencio. Sin embargo, tomó más de una década para que Bae Doona encontrara otro director tan apasionado por su potencial en Hollywood.
Que ese director sea Zack Snyder, responsable de escogerla como la misteriosa y vengativa Nemesis en Rebel Moon, no es mera coincidencia. Si, para el gran cine americano, Doona (como tantas otras estrellas) es meramente una imagen, un rostro para explorar en ángulos, una superficie para ser filmada... bueno, Snyder entiende todo sobre superficies. Su cine, de hecho, vive enteramente en esa dimensión de imágenes que se repiten en la cultura pop, que utiliza para evocar ideas familiares y, por lo tanto, emociones familiares. Es una trampa, un engaño, un atajo - un creador sin creatividad apoyándose en quien tuvo creatividad antes que él.
Sin embargo, al menos por algunos momentos gloriosos, el truco funciona. En el caso de Doona, por ejemplo, es de cierta forma emocionante ver cómo Snyder elige escribirla, caracterizarla y filmarla. Antes que nada, está el sombrero ancho y plano de su vestuario, que oculta los ojos cuando ella baja ligeramente la cabeza, creando el truco de revelar aquel rostro, siempre en primer plano,cada vez que el director necesita un momento de impacto. Después, está la idea de construir a Nemesis sobre el arquetipo Batman-esco del ángel vengador herido, que se refugia en el estoicismo hasta que los simples mortales a los que se dedica a salvar logran superar el muro de su trauma. La tragedia llega justo después, por supuesto, porque Snyder sabe que tiene que llegar.
La reedición de estos arquetipos y la recreación de estas imágenes siempre ha sido el juego de Rebel Moon, pero Parte 2 - La Marcadora de Cicatrices lo expone de manera irremediable. Todo lo que tiene la película, de forma positiva o negativa, puede resumirse en este proceso: la pureza de la Princesa Issa (Stella Grace Fitzgerald), con su aura de luz blanca que se disipa cerca de la muerte, recuerda a la Emperatriz Niña de La Historia Sin Fin; los cuernos de ciervo que el robot Jimmy (voz de Anthony Hopkins) adopta para simbolizar su rebelión contra su propia programación remite a Sweet Tooth y tantas otras obras que recurren a imágenes de primitivismo para vislumbrar un futuro de la humanidad; la dinámica entre los villanos Noble (Ed Skrein) y Cassius (Alfonso Herrera) tiene algo de Darth Vader/Moff Tarkin; y así sucesivamente.
En parte, La Marcadora de Cicatrices emociona precisamente por la falta de vergüenza que muestra al plagiar estas ideas. De hecho, tal vez sea más correcto decir que plagia el efecto superficial de estas ideas, apropiándose de sus elementos visuales sin considerar la articulación detrás de ellos, o lo que Rebel Moon podría hacer, como narrativa, al unir todos estos significados. La energía de la película viene de la variedad de fuentes de las que bebe, del revoltijo pop que se propone hacer - no solo por evocar aquel meme de DiCaprio que existe en todos, y ciertamente existe en Zack Snyder, sino también por abrir un nuevo capítulo, aunque repetitivo, en una continuidad que todos amamos (o se supone que deberíamos amar) seguir.
Como cualquier Parte 2 que se precie, La Marcadora de Cicatrices también encuentra cierta potencia en la libertad de no necesitar presentar el mundo y los personajes al público. Básicamente un gran tercer acto para los eventos del predecesor, esta película deja a Snyder mucho más libre para viajar de imagen en imagen, de explosión en explosión, llevando el enfrentamiento de sus héroes arquetípicos contra sus villanos arquetípicos a la conclusión arquetípica que es inevitable para ellos. Y quizás por eso mismo es frustrante entender que, con sus dos horas y unos minutitos de duración, lo que llegó a Netflix es solo una “versión demo” de la bola de nieve pop que podría haber sido.
Preocupada por la fría recepción al primer filme, pero buscando apaciguar al director con la perspectiva ya garantizada del lanzamiento de los “Snyder cuts” de Rebel Moon, Netflix no solo transformó este lanzamiento inicial de La Marcadora de Cicatrices en un no-evento cultural, sino que también convirtió la película en una receta potencial de frustración - en buen español: un polvo postergado. Pero septiembre está a la vuelta de la esquina, ¿verdad?