Jake Sully ya no es el hombre que salvó Pandora; ahora es el hombre que necesita salvarse de sí mismo. Así se perfila el corazón de Avatar: Fuego y cenizas la tercera entrega de la saga épica de James Cameron, que promete convertirse en la más desgarradora hasta ahora. A solo dos semanas de la muerte de su hijo Neteyam, Jake es arrojado al abismo emocional… y a un nuevo campo de batalla. James Cameron lo dijo sin rodeos (vía):
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“Todos en esta película están reaccionando desde un lugar de trauma. Todos. Jake está procesando la muerte de su hijo. [El otro hijo de Jake y Neytiri] Lo’ak está procesando la muerte de su hermano y su propia culpa al respecto.”
Esa declaración resume el tono sombrío y personal de una historia donde la fantasía bioluminiscente se convierte en un espejo del dolor humano. Por otro lado, Sam Worthington profundizó aún más:
“El pacificador que Jake fue en 2 ha cambiado, porque está de luto. No sabe cómo seguir adelante, y entonces regresa al mundo que conoce, que es el de la milicia. Atacar, ir a la guerra, ese es un lugar reconfortante para Jake.”
Con esas palabras, confirma que el conflicto interno de Jake será el detonante de los nuevos enfrentamientos.
El héroe Na’vi ya no pelea por la armonía, sino para sobrevivir al colapso emocional. Y su cambio tiene un precio: su relación con Neytiri. Worthington advierte:
“Debido a la muerte de Neteyam, ahora hay una división en esa relación,” y añade, “Jake y Neytiri comparten esta herida dolorosa, pero no parecen poder curarse el uno al otro. Así que se separan, no porque quieran, sino porque simplemente están tratando de sobrevivir dentro de sí mismos. Jake vuelve a la batalla y Neytiri se encierra en sí misma.”
Avatar: Fuego y cenizas ya no es una historia sobre la conquista de Pandora, sino sobre la conquista del dolor interno. Y Jake Sully tendrá que enfrentar su guerra más difícil: la que lucha contra sus propios demonios.
