Nada de todo lo bueno que se puede decir de Paul Thomas Anderson como guionista y director es demasiado. Lo ha demostrado ya muchas veces y su filmografía habla por sí sola. Pero quizá la novedad aquí es que se suma Leonardo DiCaprio, uno de los mejores actores de esta era que mezcla calidad, profundidad, humor, pero también corta tickets (como pocos). En ese sentido, la unión de ambos es una celebración porque estamos ante una película única en muchísimos niveles. Crítica de Una batalla tras otra, distinta a todo y va camino a convertirse en un clásico.
One Battle After Another en su título original, fue recibida por la crítica con muchos 10/10 y 5/5 (estrellas), hasta Spielberg tuvo la generosidad de definirla como una película increíble en la que "hay una mezcla de cosas tan extrañas y a la vez tan relevantes". Y es cierto, es extraña en el mejor sentido de la palabra. Es un film que resume tantos estilos de moda en el cine de este siglo pero que lo hace simple, le da naturalidad a su forma de concretarlo y esa frescura se traduce un ritmo incesante. Te atrapa y no te suelta durante 2 horas 50 minutos.
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La película es una adaptación de la novela original de Thomas Pynchon, Vineland (1990), una que el director decide abordar con suficiente compromiso, pero actualizando algunos temas de dicha historia. Por ejemplo la época y los temas. En el film es una Estados Unidos actual, una que representa también al mundo: fronteras cerradas, miradas de reojo a los inmigrantes, nacionalismos cada vez más intensos, xenofobia, crisis ambiental y el individualismo que reina. En este contexto se mueven los protagonistas: Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), una mujer negra intempestiva, inquieta, sexy, fascinada por las armas y de espíritu libre. Su pareja y compañero es Bob (Leonardo DiCaprio), manipulador de explosivos, distraido, dubitativo, pero entregado al amor, a varios estilos de amor.
El primer acto sigue a ambos militantes de la organización clandestina French’75 que participan de un operativo que consiste en la liberación de un grupo de migrantes detenidos en un campamento militar en la frontera con México. Perfidia debe controlar al Sargento Steven J. Lockjaw (Sean Penn), vigilante del campo que se entrega física y espritualmente a su, por ahora, enemigo. Ese momento con erección de por medio, se convierte en una obsesión.
La historia avanza unos pocos días, se centra en los cuestionamientos de la revolución, su financiamiento y, sobre todo, en un triángulo amoroso intenso. La pareja tiene una hija y la historia nos lleva 15 años en el futuro: Bob cuida en solo de su hija adolescente. El mundo no cambió en casi nada, salvo que todos están detrás de un teléfono, una pantalla brillante, menos el personaje de Leo DiCaprio y Willa (Chase Infiniti), su hija que oficia, en más de una ocación, de madre. Ella hace danza y artes marciales bajo la tutela del sensei Sergio St. Carlos (Benicio del Toro). Todo parece en paz, per el extremo cuidado de más de una década se esfuma cuando Sargento Lockjaw decide ir tras la jovencita. Allí se puede decir que comienza la trama principal.
Lo que al principio fue una película de acción llena de explosivos, robos y sexo, luego se convirtió, por momentos, en una gran comedia de la mano de DiCaprio para terminar en una persecución desesperada por salvar la vida de su hija. Sin la necesidad de acentuar y subrayar cada uno de los pasos que dan sus personajes, Anderson decide transitar por diferentes géneros pero sin perder ni un segundo el eje de su historia. Aborda temas como la paternidad, la resistencia, el estado de la política actual a nivel mundial, la libertad y tanto otros, pero sin perder el ritmo, encadena con precisión cada uno de los hechos. Literalmente va de una batalla tras otra con total naturalidad, una que hace que el tiempo avance y el espectador no se de cuenta. Posiblemente el mayor logro de un director es conseguir esa intensidad, pero a la vez hacer avanzar la historia y no negociar calidad por cumplir el objetivo.
Una de las mejores bandas sonoras de su filmografía y muy dedicado a la parte visual, a darle una indentidad tan poderosa como personal con escenas en VistaVision de un despliegue y una destreza asombrosas. Cuando ya tenía una película extremadamente sólida, exhibe una persecución inolvidable para el cine moderno que recuerda a Mad Max, los spaghetti western de Leone y Peckinpah, pero también de Scorsese.
Párrafo aparte para el vestuario y el arte de la película. Cada uno de los personajes tiene una definición precisa gracias a sus prendas que hablan por sí solas. Pero también interpretan los temas de la película. Desde el local de artes marciales del sensei con una silla gamer sin marca y de aparente poca calidad, el póster y las cortinas para pasar a la parte trasera. Los skates de los mexicanos, el vestuario del sicario. Todo está a un nivel de precisión que acompaña la naturalidad de la narración, pero también lo trabajado que está ese guion.
Valiente porque toma una posición política, algo excepcional en Anderson. Es sólida y arriesgada ante una industria que eligió repetirse para solo buscar éxitos de taquilla, pero también capaz de apostar a la inteligencia de su espectador, a no subertimarlo. Por todo esto y mucho más, desde la composición de los planos en la carretera, en el dojo de artes marciales, en las escenas del primer acto y tantas otras, es que Una batalla tras otra es una película que rompió el estandar actual, lo superó, volvió a subir la vara. Será un clásico, todavía no, pero es un gran momento para que la veas en el cine.