El tiburón es uno de los “monstruos” cinematográficos por excelencia gracias al clásico de Steven Spielberg que inauguró el blockbuster tal como lo conocemos. Por ello, resulta natural que sigamos obsesionados con este depredador y que la industria haya explotado las distintas historias que puede ofrecer. Así hemos visto desde obras serias y claustrofóbicas como Mar abierto (Open Water, 2003) hasta propuestas que rayan en la ciencia ficción como Megalodón (2018).
Ahora es el turno de la producción australiana Animales peligrosos, dirigida por Sean Byrne, quien debutó en 2009 con The Loved Ones, película de terror de culto dentro del circuito de festivales. Byrne se encarga aquí de dar vida a una nueva propuesta de horror con tiburones, pero esta vez el peligro no solo acecha bajo el mar: el verdadero terror también se desarrolla a bordo de un barco en alta mar.
Jai Courtney (Boomerang en ambas películas de The Suicide Squad) interpreta a Bruce Tucker, un guía turístico que organiza paseos en su barco para que la gente nade entre tiburones. Sin embargo, la realidad es mucho más oscura: Tucker es en realidad un asesino serial que disfruta grabar en video a sus víctimas mientras son devoradas por los depredadores del océano. Todo esto se revela en los primeros minutos del filme, a plena luz del día.
Tras esa introducción conocemos a la protagonista: Zephyr (Hassie Harrison), una surfista de espíritu libre que comienza un romance con un chico local. Su vida da un giro cuando, después de un breve encuentro con Bruce Tucker, despierta esposada a la cama en su barco sin entender cómo llegó allí… aunque la audiencia ya sabe lo que podría ocurrirle.
Una de las características que distinguen a Animales peligrosos es que, al ser una producción mayormente australiana, su ritmo y ejecución difieren de lo que esperaríamos en una película de Hollywood. La mayor parte de las escenas ocurren de día y, en las que transcurren de noche, no se abusa de la oscuridad ni del recurso de “jugar con las sombras para generar tensión”. Aquí la acción es visible; es como si Byrne obligara al espectador a mirar de frente, incluso cuando quisiera cubrirse los ojos.
Donde la película realmente sobresale y se eleva más allá de ser una simple producción independiente es en la interpretación de Courtney como Bruce Tucker. El actor, ya conocido en Hollywood por trabajos como El Escuadrón Suicida, Duro de matar 5 —donde interpretó al hijo de John McClane—, la saga Divergente o Terminator: Génesis, entrega aquí una de sus actuaciones más sólidas. Sin ocultar su acento australiano, encarna a un asesino serial amenazante con una naturalidad que lo hace sumamente inquietante, nadando como pez en el agua (o tiburón) dentro del género.
No obstante, es en su tercer acto donde la película, pese a haber construido un escenario para un desenlace sangriento y lleno de tensión, termina desarrollándose en un terreno más clásico. La protagonista, a pesar de sufrir pérdida de sangre, fracturas y toda clase de accidentes, se transforma en una superviviente casi invencible. Aun así, para ese punto el espectador ya está inmerso en la historia y lo único que desea es ver, una vez más, a los tiburones en acción. Y en eso, la película no decepciona.